Muere Brigitte Bardot: el último suspiro del erotismo sin disculpas
Hay mujeres que pasan por el mundo. Y hay otras que lo desordenan para siempre.
Brigitte Bardot ha muerto, y con ella se va algo más que una actriz, se apaga el cuerpo que enseñó a varias generaciones a mirar sin culpa, a desear sin pedir permiso, a entender que el erotismo también podía ser una forma de libertad.
Antes de Bardot, el deseo femenino era decorativo. Después de ella, fue provocación, amenaza y promesa.

No necesitaba desnudarse del todo para incendiar la pantalla. Bastaba una espalda al sol, una boca entreabierta, una manera casi insolente de habitar su propio cuerpo. En Y Dios creó a la mujer, Bardot no actuó, existió. Y eso fue suficiente para incomodar, excitar y escandalizar a un mundo que aún no sabía qué hacer con una mujer que no pedía perdón por ser deseada.
Su erotismo no era dócil, era animal, libre, a veces incómodo. Y precisamente por eso, inolvidable.

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Bardot no fue el sueño romántico perfecto, fue la fantasía que se sale de control. La que no promete amor eterno, pero sí una noche que marque. La que mira de frente, no desde abajo. La que entiende su poder y decide usarlo.
El cine la convirtió en mito. Los hombres la convirtieron en obsesión. Y ella, consciente de ambos, decidió retirarse joven, antes de que el mundo intentara domesticarla.

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Su vida posterior fue contradictoria, áspera, polémica. Pero Penthouse no llora a la activista ni a la figura política. Penthouse despide a la mujer que convirtió el cuerpo femenino en un territorio de soberanía absoluta, en un arma estética, en una declaración sexual.
Brigitte Bardot muere, sí, pero su imagen —esa mezcla de inocencia peligrosa y fuego contenido— queda suspendida en el imaginario masculino como lo que siempre fue: una fantasía que no envejece.
Porque hay deseos que no se apagan. Solo se vuelven eternos.

Brigitte Bardot in 1958.
Photograph: Cinetext Bildarchiv/Allstar


